Ayer media España estuvo pendiente de la última carrera de Fórmula 1 de la temporada, donde se decidía el campeón del mundo entre Hamilton, Alonso y Raikonnen. Fijaos si había expectación que hasta la Liga de Fútbol no puso partidos a las siete de la tarde para no coincidir con la carrera.
No la voy a contar, el que quiera saber qué pasó puede mirar en El Mundo, El País, Diario de Navarra, etc.etc. Pero sí quiero hacer una observación: el sentir general, incluyendo a todos los informadores de televisión y radio, es de alegría porque ganó Raikonnen. Es decir, si no pudo ser Alonso campeón mundial, por lo menos tampoco lo fue su compañero Hamilton.
Bien que en este año hemos visto muchas acciones de McLaren-Mercedes que han perjudicado a Alonso, el vigente campeón, frente a Hamilton, y que los españoles nos sentimos también perjudicados con ello. Pero de ahí a que todo el mundo se alegre del mal del otro, hay un buen trecho. Yo creo que en la raíz de esta alegría está ese sentimiento tan ibérico de "si yo no puedo, entonces tú tampoco". Eso que hace que los coches nuevos de gama alta sean rayados con suma facilidad ("si tú puedes tener este coche, pero yo no, hala, te lo rayo y así te amargo un poco"). Eso que hace que no alegremos de que a ese vecino rico le hayan robado ("tenía dinero, así que, que se fastidie").
No cambiaremos. Pérez-Reverte nos cuenta todos los domingos cómo desde antes de llegar los romanos éramos así de hijoputas, y una tradición de tantos siglos no la vamos a cambiar. Ni ganas que tenemos.