Esta vez mi sensei fue un compañero de trabajo; me dijo:
Esto te lo pido a ti porque tú me solucionas cosas. Si no me las solucionaras, no te lo pediría.
Normalmente en el trabajo nos hallamos en una curiosa dualidad: por una parte, no queremos que nos den demasiado trabajo (a nadie le gusta estar agobiado), pero si tenemos demasiado poco que hacer, se vuelve insoportable. Lo saben bien quienes, como yo, hemos estado una buena temporada con la obligación de ir al lugar de trabajo pero con muy poco que hacer debido a un inminente cierre.
Suponiendo que estemos en la posición de equilibrio virtuoso en lo que respecta a cantidad ¿qué es lo que define el valor de nuestro trabajo, y por tanto, el nuestro?
El comentario de mi compañero me abrió los ojos: nuestro verdadero valor está en las cosas que solucionamos.
Siempre tendremos algo que hacer, bien porque nos sea asignado, bien porque lo hacemos por iniciativa propia, algo de lo que ya he hablado antes, y que te pueden preguntar en tu próxima entrevista de trabajo. Pero hay que tener cuidado con llenar el tiempo con actividades poco útiles (ley de Parkinson).
Y no es lo que queremos ¿verdad? Queremos ser valiosos, para sentirnos primero bien con nosotros mismos y ser más valiosos ante la empresa (y hacer más fácil ese aumento de sueldo que estamos persiguiendo). Así que, ante cualquier situación, tenemos que preguntarnos:
¿Qué aporto yo aquí? ¿Estoy solucionando cosas o sería más útil para el bien general que me hiciera a un lado?
Seamos valientes y reconozcamos esas situaciones en las que no aportamos nada, para apartarnos humildemente, y buscar aquellas en las que de verdad nuestro trabajo aporte soluciones. Da un poco de miedo, porque en el fondo estás admitiendo que hay algo que se pueden hacer si ti, ya no eres imprescindible, pero, si te centras en aquello en donde de verdad aportas soluciones, los demás te lo reconocerán y podrás brillar un poquito más.
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