¿Tomaría unas copas con él? ¿Le contrataría?
La segunda pregunta me la hago a veces, como puro ejercicio analítico. ¿Contrataría a esta persona con la que estoy aquí trabajando?
Hay que ser frío, olvidarse de simpatías y antipatías, y pensar: si yo fuese dueño de una empresa ¿le contrataría para que fuera el gerente? ¿le entregaría algo que es mío, que equivale a dinero, con la confianza de que lo iba a cuidar y se dedicaría a aumentar su valor? ¿creo que tomaría las decisiones que fuesen más rentables para mi dinero?
¡Sorpresa! Muchas veces me ocurre que hay compañeros con los que no me llevo bien, o no me caen simpáticos, pero me inspiran confianza, o me parecen suficientemente serios como para pensar que sí, que los contrataría.
También hay gente con la que me lo paso muy bien. Pero ni por asomo los contrataba. No confío en que cuidasen mi dinero.
Es curioso ¿verdad? que no haya correlación entre los dos grupos.
¿Has probado a hacer el ejercicio con tus compañeros? Seguro que te sorprendes identificando a alguien que no te es simpático pero que te inspira seriedad.
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